Para poder entrar en la pandilla, había que realizar una prueba de valor, que era atravesar el “oscuraño”, una cloaca que pasaba por debajo de la Plaza Nueva e iba al, Queiles, río que ahora está tapado, y luego de ahí iban las aguas fecales al Ebro. Para mí aquello era como entrar en la laguna Estigia, entrar a las puertas del más allá, y como era muy cobarde, pues no me atrevía. Los que pasaban la prue-ba ya eran más hombres y a mí me llamaban nenita, o co-barde, a mí y a otros que tampoco se atrevían, porque aque-llo tenía tela...Entonces, un día ya no pude más, y les dije: “Voy a entrar...”. Era en vacaciones de verano, con seis o siete años, cogí una espada de madera y entré con algún otro mocete, y era como lo había imaginado, con agua marrón hasta las rodillas, algunas cosas viscosas y también algunas ratas... íbamos con unas cerillas, alumbrando con pavor, y una linterna que había usado mi abuelo en el frente... todo oscuro, qué miedo pasamos... y cuando llegamos ya al otro lao, nos esperaba la pandilla gritando: “¡Han pasado el oscuraño, han pasado el oscuraño!”. Y nosotros, untaos de mierda por todo.
Si han leído el libro o visto la película “La guerra de los botones”, podrán imaginar nuestras correrías, a orillas del Ebro cuando, una vez pasada la prueba, ingresábamos en la alegre compañía.






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