de santos, mártires, de romanos y cristianos, y en algunas,
a estos los quemaban atados a cruces o palos o les hacían
crueles torturas y yo, que era de lo más buenico y bien edu-
cao, luego, cuando llegaba el verano a veces estaba jugando
por el corral, y entonces, inspirado en estos relatos, llenaba
de agua el pilón, preparaba unos corchos partidos a lo largo
para hacer barquitos, cogía unos alfileres alcohol y una cerillas,
y me iba en busca de moscas, de esas que nos molestaban tanto,
zumbámdonos en las orejas o atacando en cara y nariz, y en
cuanto atrapaba alguna alguna, le cortaba las alas y la atra-
vesaba con un alfiler, éste hacía de mástil para un barquito, luego,
ponía unas gotitas de alcohol y le prendìa fuego a esta nave.
A veces tenía varias y así las veía arder a la vez, cada una en su bajel y pensaba triste en aquellos pobres cristianos martirizados.
Como era pequeñito, no pensaba en otros seres porque aún no había
leido nada sobre la inquisición santa ni sobre las mil torturas de esta
santa institución.
En cambio, al pie de la parra, que nos daba sombra y uvas, había un pequeño hormiguero y yo las veia en fila, las hormiguitas, dirigiéndose
a la casa, y otras que volvian ya, con sus miguitas de pan, provisión para el invierno, y las imaginaba audaces, hogareñas, hacendosas, tenaces, a estas nunca les hice yo nadad y siguieron viviendo tranquilas.Yo les dejaba miguitas, y estudiaba sus trayectos.Aquello de las moscas... tenía cinco o seis años.
Ahora, el otro día vi una abeja atrapada en el cuarto trastero y la introduje en un bote de cristal con cuidado y la llevé hasta un ventanuco para que se pusiera a salvo.