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lunes, 28 de abril de 2008

LAS “TXAPAS” DE CICLISTAS

Uno de mis juegos favoritos era el de las txapas de refrescos y cervezas. En aquella época de los 60 se vendían en los kioscos, por la vuelta ciclista y el “Tour”, unos cro-mos de ciclistas al igual que ahora ocurre con los futbo-listas y los monstruos de la tele.

Entonces, los niños buscábamos las que no estuvie-ran torcidas y les sacábamos con cuidado los circulitos de corcho y, cuando teníamos tres o cuatro, entonces se recor-taba la cara del ciclista sobre un fondo de papel de plata a veces, con la bandera de su país o hacíamos diseños a cada cual más artístico. La verdad es que las mías eran de las más bonitas, pues ya de pequeño era concienzudo y habi-lidoso manitas, la mayoría simplemente colocaba la foto sobre un emplasto de cera o de galipot duro, otros pocos lo hacían como yo, pero a mí me quedaban preciosas con el papel de celofán o plástico que le ponía por encima y luego daba vueltas a rosca por el otro lado y lo insertaba a presión en la txapa. otros habilidosos les ponían cristal.

En los recreos, hacíamos carreteras en la tierra o aprovechábamos bordillos y pretiles, y acabo de consultar el diccionario, pues pensaba poner “petril”.

La verdad es que era un juego de gran habilidad y además mientras lo hacíamos parecía que estábamos noso-tros mismos, subiendo el Turmalet o protagonizando una escapada.

Como me encantaría que se reeditaran aquellos cro-mos y que hubiera posibilidad de enseñar este juego a niños y niñas.

También existían unos ciclistas de plástico con soporte y con esos, sobre todo, se jugaba en la Concha, Gros y Ondarreta, con grandes circuitos y mucha expec-tación.

De esos conservo todavía un montón y desearía mostrarlos en los colegios, con las reglas que utilizábamos para la carrera, mientras tanto, me sigo haciendo mayor, pero aún me siento pequeño.


LA INFANCIA DONOSTIARRA(recitado)Parte2

Cuando era pequeño, vivía en Donostia, y tenía un triciclo que era una maravilla de hierro y madera, remolque encarnado, cubiertas de goma, haciendo recados de acá pa-ra allá, con sábanas, mantas, lentejas y panes.

Tenía un muñeco que era un futbolista, León del Athleti, llamado Gainza, tesoro preciado que perdí en la Concha, llorando a raudales su adiós por los mares, entre algas marinas, flotando se fue.

Mi espada pirata, de goma manchosa, dejaba sus marcas fieras y salvajes por aquellos rincones del cálido hogar. Y yo que era un cándido niño ensimismado, escu-chaba a mi madre con gran atención cuando me decía: “Qué has hecho Totó, manchando paredes, cuando estaba ausente, no sabes, que las madres, por un agujerito, ven todo lo que hacen los niños traviesos...”. Y yo luego, claro, aunque estuviera solo en mi habitación, ya no me atrevía ni

a sacarme un moco y hacer pelotillas al verme observado y sin intimidad.

Junto a San Ignacio estaban las viejas escuelas de “Viteri”, y su director que era un hombre muy bueno, llamado Don Pablo, nos cantaba canciones que hacían reír, también fabricaba cosas con cartones, pequeños juguetes que nos regalaban cuando éramos buenos y estudiábamos bien. Hasta en su cumpleaños, nos invitó a casa y su mujer puso unas pastas de te y nos dio su afecto y lo pasamos bien.

En aquellos tiempos, que todo era oscuro y el yugo y las fechas era omnipresente, pensé que este maestro, nos fue caído del cielo para darnos buenos y sabios consejos, aquel ser delgado y alto, con su bata gris.

Y en Usandizaga vivían los abuelos, amona Maritxu, aitona Rogelio, la abuelita Paz, que era filipina, y el tío Javier, que tocaba al piano los aires del Volga, mazurcas y polcas y la mandolina con capa de tuno y un poco el laúd.

La abuelita Paz me cantaba canciones del pueblo “tagalo” que la vio nacer, y yo la recuerdo con tanto cariño, cogiendole el brazo al cruzar la calle y comprar pasteles en la casa “Rich”. Su cara era un cielo, su rostro era puro... tenía unos muebles lacados de Oriente, de donde sacaba al-gún caramelo de color a rayas que me hacía feliz.

Algo que no he vuelto a ver en ningún sitio ni en la forma que estaba diseñado ni por lo bien que se pasaba alrededor, era un estanque en los jardines de Alderdi-eder, lugar hermoso, con una altura adecuada para sentarse los mayores y donde l@s niñ@s preparaban diferentes tipos de artefactos navegadores, algunos funcionaban a cuerda, otros con alcohol, o simplemente veleros, pero teníamos

que cambiar la posición de las velas y el timón en cada singladura a través de aquel proceloso estanque, con una carabela en medio y siempre había alguien con una vara larga para alcanzar algún barquito que quedaba a la deriva o naufragaba. Aquello era digno de ver y ahora ya no se puede, hace muchos años lo quitaron. Yo recuerdo con alegría al barquillero que iba con un artilugio rodante, un cilindro colorado, coronado de una tapa giratoria, adentro iban los barquillos y arriba los pirulís, caramelos translú-cidos, de color tostado ambarino, que pregonaba el señor: “El pirulí de la Habana, que se come sin gana...” y así era en efecto, era delicioso, pero luego, así estábamos todos con caries.

Había un lugar que me parecía mágico y misterioso, en mi pequeñez. Muchas tardes, mi madre, después de ha-cer las tareas del hogar, y como el aitá no volvía hasta la noche, me llevaba de paseo a Lourdes-txiki, después de la Concha y Ondarreta, en la falda de Igueldo. Es un lugar de oración para algun@s, o sirve de relajación a otr@s, por la paz que se respira... En esa época estaba de moda en la radio la canción “Por el camino verde”, y yo, cuando llegaba a la vereda que conduce a esa oquedad en el monte, rodeado de árboles, helechos, arbustos, todo verde y con un rumor de agua cantarina que conduce hasta el oratorio, donde se respira frescura, tierra mojada y flores, imaginaba que la canción hablaba de aquel lugar... y yo me sentaba junto a mi madre un ratito y sentía su amor y el que me transmitía aquel lugar tan limpio, puro, fresco y acogedor.

Y cuando vi a Txantxillo por vez primera, él era más grande que yo, y tocaba el metalófono muy bien, por los bares y plazas para ganarse la vida, siempre con su boina y

un abrigo, su voz aguda, al igual que su ingenio, y siempre protestaba de los políticos y con los años, nos fuimos haciendo mayores y él se quedó pequeñito y se hizo co-nocido en todo Donostia y lo quería todo el mundo... y antes de partir de esta vida, solía quedarse viendo mi espec-táculo, cuando yo pasaba unos días en la ciudad, y elogiaba mis muñecos y yo le pedí permiso para hacer uno que se le pareciera y me dijo que sí, pero esa idea por ahora está latente.
Había en una tienda de cafés en la Plaza Guipúzcoa, un negrito sentado en una silla con el respaldo al revés que me inspiró, años después, para crear mis primeras marione-tas.


LA INFANCIA DONOSTIARRA(recitado)Parte1

Los viajes en la Roncalesa, desde Tudela a Donostia, también eran aventura, por la escalera exterior, cuando adentro era completo, te encaramabas al techo y eso recuer-do un invierno, mi madre con las maletas y yo bien tapado en mantas, algo de nieve cayendo y el paso de Dos Her-manas, que son montañas gemelas que, yendo y viniendo dan evocación de otros tiempos, imaginando huestes roma-nas, avanzando por el paso, y los vascones luchando y de-fendiendo sus aldeas... y llegando a San Sebastián, cercana al río Urumea, estaba nuestra casita muy cercana al apea-dero, en aquel barrio de Gros, y tan cercana a la vía que, cuando ahora de mayor, paso, de camino a Francia, puedo ver tras el cristal, las ventanas de mi casa, la del recuerdo infantil, que por la parte trasera, veo cuando pasa el tren.

También sé que de pequeño, fue para mí algo inau-dito ver la tamborrada infantil, cientos y cientos, o miles de niños uniformados, y todos tocando el tambor, las niñas cantineritas y también los cocineros, con sus cucharas de palo, grandes, y sus tenedores, en tan bellas formación, junto a ejércitos franceses, e ingleses, de Wellington, con las marchas de Sarriegui, y las salvas de los cañones desde el parque de Alderdi Eder, que yo también quería ser tam-borrero de aquella armada y aquél si que fue un deseo, que no pude conseguir. Y hubo muchos días felices, que, deba-jo de la mesa, me imaginaba yo un indio en su tipi mientras mi madre hacía croquetas en la cocina, o un puré al horno exquisito, y las galletas de nata y acompañaba en su canto, las canciones de Machín y me cantaba una nana cuando me iba ya a acostar.

Algún domingo el aitá me subía sobre sus hombros e íbamos a pasear por los campos del monte Ulía, donde ha-bía una sidrería y se paraba a almorzar, o era por Atego-rrieta, donde yo con mi mamá, de la mano, pequeñito iba dando un buen paseo, en espera de la vuelta del aitá de tra-bajar.

EL “OSCURAÑO”

Para poder entrar en la pandilla, había que realizar una prueba de valor, que era atravesar el “oscuraño”, una cloaca que pasaba por debajo de la Plaza Nueva e iba al, Queiles, río que ahora está tapado, y luego de ahí iban las aguas fecales al Ebro. Para mí aquello era como entrar en la laguna Estigia, entrar a las puertas del más allá, y como era muy cobarde, pues no me atrevía. Los que pasaban la prue-ba ya eran más hombres y a mí me llamaban nenita, o co-barde, a mí y a otros que tampoco se atrevían, porque aque-llo tenía tela...
Entonces, un día ya no pude más, y les dije: “Voy a entrar...”. Era en vacaciones de verano, con seis o siete años, cogí una espada de madera y entré con algún otro mocete, y era como lo había imaginado, con agua marrón hasta las rodillas, algunas cosas viscosas y también algunas ratas... íbamos con unas cerillas, alumbrando con pavor, y una linterna que había usado mi abuelo en el frente... todo oscuro, qué miedo pasamos... y cuando llegamos ya al otro lao, nos esperaba la pandilla gritando: “¡Han pasado el oscuraño, han pasado el oscuraño!”. Y nosotros, untaos de mierda por todo.
Si han leído el libro o visto la película “La guerra de los botones”, podrán imaginar nuestras correrías, a orillas del Ebro cuando, una vez pasada la prueba, ingresábamos en la alegre compañía.

QUERID@S LECTORES/AS


Me dirijo así a vosotr@s, pues me imagino que si tomáis este libro en vuestras manos, para disfrutar un poco de su lectura, es que sois personas sensibles y curiosas, y entonces os puedo tratar con cierto aprecio y deciros que aquí no vais a encontrar ninguna joya literaria, pero eso si, pequeños retazos de mi vida escritos con sincero afán contaros cosas que me ocurrieron en algunos momentos cruciales de mi vida, cosas que no tendran nada de asombroso pero que me dejaron recuerdos imborrables. También alguna de mis opiniones sobre la vida en general, quiero decir la que nos hacen llevar desde pequeñ@s, sobre la energía, la educación, el trabajo, los amores,algunas historias de viajes, anécdotas más bien, de correrias.

Y tambien digo "querid@s" porque espero que ninguno de esos seres que yo considero mis enemigos, desearán en absoluto leer estas andanzas; y aunque lo hicieran, no llegarían a vislumbrar todo lo auténtico, hermoso y sincero que hay en mis escritos.

Os deseo salud y suerte y que cada un@, en la medida de lo posible, seáis felices, séais buen@s, que no calléis, cuando podáis, las injusticias, que luchéis por la paz, la ecologia y aunque seáis de no importa que religion, o libertari@s, comprendáis a l@s que, aún siguiendo las leyes morales de la acracia y somos de pueblos, naciones sin estado luchamos de forma pacifíca, exponiendo nuestras alternativas a este mundo de vil explotación, capitalismo y guerras que intentan aniquilar las esperanzas e ilusiones puestas en nuestra condición humana.

Roger de Muskaria

Que los caminos se abran

a tu encuentro,

que el sol brille templado

sobre tu rostro,

que la luvia caiga suave

sobre los campos,

que el viento sople siempre

a tu espalda,

y que hasta el dia que

volvamos a encontrarnos

dios nos tenga en la palma


de su mano.


Con esta bendición irlandesa, que traspasa el sentido estricto de las religiones, para llevar a los seres queridos un deseo de paz y armonía, empiezo este cuaderno, con el afán de haceros pasar un buen rato y dejar algo de mí en vuestro recuerdo. Con todo mi amor y mis imperfecciones.


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