Había un muchacho que venía a veces por la tienda, cuando nos llegaban muebles, para ayudarnos un poco. Y le cantábamos mis primicias y yo, cosas que allí en Tudela, mi pueblo eran un poco bruticas: "Vicente, culo caliente, morcilla gorda, sube a la torre , toca el tambor..."
Una vez, que yo debía tener unos siete años, me regaló un tirachinas, de lo mejor que yo viera, pintado de verde y rojo.
No me gustaba, como a otros, tirar contra gatos ni pajaricos, pero, con otro compinche, solíamos ir al paseo "El Prao", donde al oscurecer, cuando nos daban permiso hasta la cena, soliamos esperar a que vinieran las parejicas que solían buscar lugares a partados, a las orillas del Ebro y entonces, nos soliamos acercar, creo que fue sólo dos o tres veces, pero no para espiarles, sino porque pensábamos que querían estar tranquilos y por eso, sacábamos los tirachinas y apuntabamos a las farolas más cercanas, para que así, a oscuras, tuvieran más intimidad. Yo por lo menos,acerté a dos farolas a la primera.
Luego nos íbamos a cenar tan contentos. Yo, como no leía los periódicos, no me enteré que en "
Por eso, una noche, al volver de una correría pro intimidad parejil, estaban todos muy serios y recuerdo sus caras cuando me preguntaron si había roto algún farol, y alguna reprimenda que llevé, que no fue mucha, pues sino, la recordaría, cuando les dije, llorando, que sí.
Ahora me extraño de haber hecho esto, pues mis mayores siempre me enseñaron a ser bueno y formal, pero es que me junté con unos que eran de lo más salvaje; o iban con los mocos colgando y se frotaban la manga, o te pedían la merienda i si no se la dabas, te los frotaban a ti, o saltaban paredes de huertos para merendar con higos, o entraban al oscuraño, lugar infecto y con ratas, cloaca del río Queiles, que ahora está todo tapao, y salían llenos de mierda, pues por allí iban las heces y así demostraban ufanos, tan ufanos cual marranos, su bravura y valentía, ante toda la pandilla.
No sé si fue en esta ocasión, o en alguna otra travesura, que me quedé sin comer, a la fresca, en el balcón que daba al corral, me quedé allí, sentadico y como estaba un poco hambriento, abrí la alacena donde se guardaba el pan duro para las gallinas, y cogí unos cachicos que me fui comiendo, saboreando poquico a poco, y se me antojaban bizcochos , de lo bien que me supieron, y me vieron desde la cocina, y les hizo mucha gracia.
Eran lolo Pepe y la yaya juanita, abuelos maternos que tuve yo allí y recuerdo con dicha cuando algunas noches me ponían una camita plegable en su habitación y yo me sentía tan querido y dormía como un lirón y antes la yaya cantaba: "Vámonos a la cama, vámonos a dormir, tú llevrás la manta, yo llevaré el candil...", y yo les daba el beso de buenas noches y les quería muchísimo, y era feliz allí... a media noche, a veces despertaba, y se oía en la calle los cascos de algún caballo con su dueño, que venian de la mejana con el carro lleno de verduras... el tic-tac del reloj que despertaba a mi abuelo para ir a la azucarera, y , como le gustaba que le diera un besito cuando se había afeitado. Habían pasado una guerra, lo habían pasado muy mal, y despúes las cosas pequeñas, eran goce sin igual.
También me cantaba la yaya Juanita "Vámonos juntos del brazo, hasta la próxima aldea, que todo el mundo nos vea, como marido y mujer " , y me cogía del brazo, y nos níbamos a pasear.
También recuerdo que a veces, cuando cerraban la tienda, y ya después de comer, solíamos entrar alborozados, mis dos primicias y yo, a tumbarnos en los colchones, y así los probábamos todos, o, si no, era en el corral, donde con los embalajes, nos hacíamos una casita y nos traían la merienda cual si fuera nuestro hogar, y jugábamos a cromos, o a princesas y sildados... y a veces nos daban permiso, para ir a buscar morera para los gusanos de seda que guardábamos en una cajica, y les veíamos transformarse y hacer hermosos capullos...
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